En esos mismos contextos nos llegó el Nintendo, la bici Oxford, Falabella y la TV por cable y, alrededor del 2000, el internet.
Claramente dichas manifestaciones del «desarrollo» no se repartieron de manera homogénea; como siempre, se concentraron en menos del 10% de la población. Los restantes, los que pertenecemos al 90%, quedamos con las sobras bajo el discurso «esfuérzate y lo lograrás».
Así se armó nuestra historia. Discriminad@s por no tener la Oxford, el Nintendo, la zapatilla Nike. Discriminado por ser el más débil, el más gordo o el más flaco… Por ser el diferente, el que valora lo poco que tiene porque «pucha que cuesta». Y fuimos creciendo, y a pesar de todo fuimos resilientes; sin colegios de élite (públicos o privados).
Nos tocó ser la esperanza de una vida mejor en los ojos de nuestros padres y abuelos; esos que vieron y sintieron la represión en carne propia, esos que no tuvieron otra esperanza que creerse el cuento del “desarrollo” que se imponía a fuerza de sangre y tortura.
Y así tomamos esa lanza, esa bandera de lucha. Nos metimos al proyecto buscando ese ansiado discurso “meritocrático”; “si estudias y te esfuerzas lograrás progresar”… pero aun así nos sentimos incómodos. Vimos como costaba ser el/la “mejor” teniendo un apellido Gonzales, Loyola o Tapia vs un Larrain, Valentini, Callegari, Errazuriz o Piñera, pero seguimos porque era nuestro deber y nuevamente nos sentimos incómodos, inadaptados.
Fuimos los negros, los gordos o flacos, los disruptivos, hiperquinéticos o hiperactivos que después se convirtieron en el problema de la Escuela. Fuimos es@s que hacían llorar a nuestras familias por no cumplir con el “modelo” y aun así nos esforzamos aún más. Seguimos estudiando y accionando por las periferias del sistema; empezamos hacer canciones, practicar acciones comunitarias, nos empezamos a identificar con esos que no calzan.
Nos hicimos rastafaris, hip hoperos, punkis, metaleros y volvimos a sentirnos inadaptados. Inadaptados al hablar, al sentir, al consumir y por sobre todo al hablar. Nos dijeron marginales, anómicos, resentidos sociales y aun así nos seguimos esforzando más. Y crecimos, se fueron al closet las cadenas y chaquetas de cuero, los pantalones hippies y los dreadlocks y con más esfuerzo entramos a trabajar, porque todo cuesta siendo inadaptado; y nos volvimos a sentir incómodos. Incómodos por tener que vestir, hablar y producir como un ciudadano del “país en vías de desarrollo”, porque en el fondo seguíamos siendo la esperanza de nuestra historia; esa historia que prometía y prometía y nunca cumplía.
Y llego el 2011. Vimos desde nuestros privilegiados e incómodos puestos laborales como los que nos precedían (estudiantes secundarios “pingüinos”) se organizaban y salían a las calles. Decían lo que nunca pudimos decir “somos los inadaptados”, “Educación gratuita y de calidad”, “No más desigualdad”, etc., y sentimos que algo retumbó dentro. Sentimos orgullo y pena, se nos vinieron esas imágenes del “disrruptiv@, resentid@ social o hiperquinétic@” y se generó empatía.
Decidimos trabajar sin traje, zapatos, camisas o corbatas de “dos sueldos mínimos” –como algunos se jactan– y dijimos basta. Basta de Afps, basta de los intereses del banco por esforzarse para estudiar, basta de ajustes de dietas parlamentarias mientras el sueldo mínimo no se mueve. Empezamos a salir a marchar, por los profesores, los adultos mayores, por nuestro medio ambiente y nos dimos cuenta que no somos poc@s, somos much@s y que todo cuesta. Cuesta porque ya armamos familia, ya nos endeudamos para estudiar y para tener un techo. Nos dimos cuenta que los inadaptados se adaptaron y el modelo consumió lentamente nuestras esperanzas de vivir siendo diferente, pero en el fondo la emoción seguía ahí; esa emoción de ir contra la corriente.
Es esa generación la que hoy está en la calle; apoyando a los secundarios en su sentir, a los adultos mayores en su miserable jubilación, abogando por los profesores en sus demandas históricas, prestando ayuda a las minorías; porque nos ha costado media vida sobrevivir siendo inadaptados y no queremos que eso siga. No queremos más robo de las AFP, más impuestos para unos y evasiones para otros, no queremos más políticos y/o parlamentarios que con dos sueldos paguen todo lo que aún nos cobra y adeudamos al banco por estudiar.
Somos los que nos metimos al sistema, pero nunca nos quisieron ahí y ahora estamos más unidos que nunca, porque la historia la hacen los pueblos y Chile despertó y somos precisamente nosotros, aquellos que en su esfuerzo sostuvieron el modelo que beneficia a menos del 10% de la población, los que hoy decimos ¡basta!
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